Hola mis lector@s, mis compas, mis amig@s. Me he demorado un poco para este mi último post. Es que he andado atravesando una tormenta emocional que para qué les cuento. La verdad, aún continúo bajoneada, pero prefiero escribir a ver si se me pasa. No quiero darle el gusto a todos l@s sexistas que hay en esta página, que sé que hay un montón, que creen que como soy mujer y estoy bajoneada ya no voy a escribir. De pasito, ya pues, les pido que como lector@s reclamen: no puede ser que en esta página sigan apareciendo los escritos de personas como ese Cordovez Yerovi o el otro Juan Bernardo. No me he dado tiempo aún de buscar bien, pero estoy segura que en la Constitución de Montecristi están prohibidas esas cosas que dicen.
Bueno, les cuento lo que ha pasado. Justo la semana pasada, que estaba tan feliz, cerré mi compu luego de que puse mi post sobre lo bien que me iba con los proyectos y todo eso. De ahí me fui a la galería a conversar con el Migue, mi curador, y estaba, ustedes saben, completamente eufórica, ¿no les ha pasado? Me sentía a mil, las ideas iban y venían, tenía una sonrisa de oreja. El Migue estaba súper alegre por mí, se le notaba. Me hacía preguntas, se reía. Estaba cheverísimo.
De repente, y no me da vergüenza decirlo porque yo no ando con taras (chicas, no se dejen coartar la mente así), me dio cierto feeling por el Migue. Chuta, no sé, es como que yo estaba tan bien, y el estaba portándose tan lindo, lo hacía adrede el man, que hubo de repente una química asfixiante. Me entró entre ganas y curiosidad y noté que el Migue estaba ya bien confianzudito así que aproveché que le estaba pasando el bareto para acercarme a él y ponerme a unos centímetros de distancia. Sí, fumo y soy de las mujeres descomplicadas; si piensan que sus críticas al respecto me importan, se han equivocado de blog.
El Migue me viró la cara, se paró y se alejó unos pasos. Mi primera reacción, típica huevada producto del condicionamiento que tenemos desde niñas, fue pensar que había metido la pata, ¡que me había rechazado! Hasta pensé que era fea. O sea, eso de cargar la culpa es típico, ustedes saben. Pero afortunadamente caí en cuenta de que no era así. La culpa era, nuevamente, del sistema de etiquetas y objetualizaciones en el que vivimos, porque el Migue en ese momento, con cara de cabreado, me dijo que yo sabía que él era casado y me pidió que me fuera. O sea, primero que todo yo no empecé ni hice nada. Segundo, yo sabía que era casado, pero no lo pensé en ese momento, por el estado de exaltación en el que estaba, y además no es una institución que me despierte ningún miedo, ni reverencia ni respeto.
O sea, no voy a decir que la mujer del Migue es una bruja. Es buena gente y tiene cierta cultura. No es la típica anoréxica bruta por lo menos. O sea, lo que quiero decir es que no es contra ella en especial, sino contra una institución ridícula. ¿Cómo es eso de “me casé así que ya con nadie” o “ese man está casado conmigo así que déjale”? Estamos hablando de gente, no de productos del supermercado del tipo “cojo y es mío”. Yo creo en el amor, pero en ese amor que fluye, renace y se renueva, no en un anillo cuya única garantía es la rigidez social.
En fin, me tocó irme y me sentí mal. Los condicionamientos aún persisten, es increíble, así que por más que dentro de mí yo entendía lo que pasaba, no pude evitar sentirme hecho pedazos. Me fui a mi casa y me olvidé que el Paquito, mi novio, iba a verme ese día. Llegó para merendar y desde que le ví ya le noté raro. Pensé que me iba a ayudar a mí a tranquilizarme, y a él a distraerse, el hablarle de mis proyectos, de mi muestra y leerle un poema nuevo que tenía. Ya me entraron ganas y me puse a leerle también una primera entrega de mi ensayo “Falocracia y religión: la dominación masculina en la Virgen del Panecillo” que hice para la maestría y que creo que van a publicar en la colección “Palabra de mujer” del ministerio.
Estaba en esas cuando de repente el Paquito dijo “mejor ven” y me agarró de la cintura de una forma de lo más grosera, como si yo fuera una bailarina de cabaret. Se me voló la teja y empecé a decirle que qué creía que era, que no debía tratarme así. Tengo que reconocer que exageré un poco, pero solo me di cuenta de ello cuando vi la cara de odio con la que me estaba mirando el Paquito. Me di cuenta que había sido injusta, así que le expliqué que lo que había pasado era que el Migue se había propasado conmigo, que como estábamos con un bareto y solos había confundido las cosas y se había puesto a coquetearme. Le expliqué que casi caí, pero no caí, porque no estaba tan mal como el Migue creía, aunque igual nunca se me había ocurrido que el Migue era de esos. De todas formas la situación me había dejado sensible y defensiva, entonces le expliqué al Paquito que no era nada, que me perdonara.
Lo malo es que el Paquito no entendió. Nunca entienden. Reaccionó como un niño. Esas reacciones duelen, pero después son un alivio porque ayudan a recordar lo que son los hombres al fin y al cabo. Me dijo que estaba harto, que cortábamos y que ya no quería saber nada de mí. ¿Pueden creer? Así son los hombres: por un lado tienen la mente que tienen y si a eso se le suma todo el bagage social, ¡uf Dios! El tipo tuvo hasta el descaro de decirme que ya estaba ¡harto de mis ofrecidas con el Migue! Claro, la clásica del chapa hombre: si te violan te preguntan cómo andabas vestida porque de ley fue culpa tuya. Ese rato exploté y le traté mal, le dije de todo y, claro, él reaccionó con la típica, la de cuando no se les ocurre nada más, diciéndome gorda, fea, vieja, inútil, inaguantable y demás.
Pensé que me iba a llamar, pero ya va más de una semana y no me llama. O sea, no quería que me llame, pero era solo para ver. Igual, no importa, como todas, estoy atravesando una gran batalla en mi mente este momento contra las convenciones y los roles impuestos. Es duro. Por eso he preferido no salir todos estos días de mi casa, quedarme nomás encerrada. Necesito concentrar toda mi energía en esta batalla, por eso no puedo darme el lujo de andar saliendo, trabajando, estudiando o dando vueltas. Creo que me voy a quedar unos dos días más y después tendré que ponerme a andar nuevamente. Bueno, bueno, cuídense y ya espero la próxima no estar escribiendo cosas tristes. Malditos condicionamientos.