Hola compas, ya estoy de vuelta. Perdón por el papelón de la semana pasada. La verdad hasta consideré borrar mi post pasado, pero eso hubiera sido ceder a la censura y los complejos que la dictadura de género nos impone a las mujeres (a los hombres también les impone, pero de otro tipo, así que no piensen que de esta salen ilesos). La verdad no voy a decir que ya estoy completamente bien, pero al menos estoy ganando segundo a segundo la dura batalla de la que hablé la semana pasada.
El jueves pasado, cansada ya de llorar, ver el techo, escuchar baladas, fumar y comer helado y Mc Donald’s, que fue lo que me quedé haciendo (sí, no voy a andar en este punto negando que a veces tengo deslices y voy a ese restaurante), decidí salir. Terrible, ya ni me entraba el pantalón creo. En fin, quería ir al cine, así que me puse a llamar a todas mis amigas. Todas me dijeron que estaban todavía en el trabajo y que estaban cansadísimas, que no iban a salir ese día. Eso fue lo que me dijeron, pero ya sé por dónde va la cosa: típico, como están casadas ya se dejaron oprimir, se rindieron ante la tiranía falócrata y ahora ya prefieren quedarse en el nido hogareño cuidando a las crías. O peor, el Migue ya fue abriendo la boca y ahora todas no quieren que ni me acerque a sus maridos. Patéticas.
No quería ir sola así que hasta me rebajé a llamarle al Paquito. No me contestó las dos primeras veces y a la tercera el celular ya salía apagado. No voy a hablar de eso, porque no quiero abonar los condicionamientos con los que estoy luchando, pero solo quiero dejar en claro que no entiendo qué pasó. Bueno, para ese rato ya me emperré porque me emperré y, con tal de no ir sola, terminé ofreciéndome a llevarles a mis dos sobrinitas al cine. Un tiene once y la otra nueve, y mi hermano me las dejó que me las llevara sin mucho lío. Me alegro que la mamá no haya hecho lío, porque, como es la clásica hembra reproductora dominada, me odia. La última vez que les había visitado, le advertí a mi sobrinita que se avecinaba su primera menstruación y me dediqué a explicarle largamente los cambios que sufriría ante el despertar de su condición de mujer. También le advertí sobre las amenazas y chantajes que comenzaría a sufrir desde ese momento. Claro, la mamá, lavada el cerebro, se puso furiosa conmigo.
Bueno, en fin, me llevé a mis sobrinas, pero no querían acompañarme al Octaedro ni al Ocho y Medio. Por más que traté de convencerlas, fregaban con “Avatar, “Avatar”, carajo. En fin, terminé cediendo, mejor eso que pasar comiendo en la casa (ya hasta me sentía mal). Entré de mal genio y en la caja la chica me pregunta si me interesaba una promoción ¡para mis hijas! Así tampoco, fue el colmo del sexismo y me molesté profundamente con la ofensa de la chica. Pero ya para qué amargarse así que seguí a la sala.
Mis sobrinas tuvieron razón, lo reconozco. Avatar es una película alucinante. Confieso que lloré ocho veces: dos por la sensibilidad emocional que arrastraba conmigo, dos de alegría, tres por nuestra Madre Naturaleza y una última ya porque se me vino todo encima. No les voy a contar la película, ni analizarla, porque prefiero que la vean, pero que la recomiendo, la recomiendo.
Avatar me abrió los ojos ante la brecha que había creado últimamente entre yo y la Pachamama. Claro, estaba completamente fuera de armonía. Por eso, decidí irme al día siguiente al Tena, a un centro de turismo sustentable. Me alegró mucho poder ayudar a iniciativas económicas no extractivas, no contaminantes y respetuosas de la diversidad cultural como ese lugar. La tarde que llegué me hice una limpia, una ceremonia de armonización corporal y una desmagnetización de los chakras con piedras ancestrales. Me hizo muy bien, pero me pareció un poco caro; trescientos dólares. La verdad es que acepté pagar tanto por las ceremonias solo porque sabía que estaba apoyando a la rainforest.
Esa noche pasé medio aburrida. Todos estaban en parejas, ¡siempre en parejas! Me sorprendió que habían muchas parejas incluso de canadienses y europeos, jóvenes. Francamente, me ofendió, me pareció un desperdicio y una traición, el ver a compañeras de género europeas reducidas ya tan tempranamente a una condición así, sobre todo teniendo en cuenta que ellas han tenido toda la educación, las guías y las oportunidades necesarias. No me quise pasar con esa gente, así que me quedé sola. Tuve que pasar la desagradable experiencia de que un holandés ya mayor estuviera hecho el que conversaba conmigo; al principio educado, pero claro, luego de un rato y ya con el trago le salió el Cromagnon así que mejor me barajé.
La mañana siguiente decidí buscar nuevamente un enlace con la Tierra, restablecer la conexión primigenia; como en Avatar cuando se conectan. Así que me fui a tomar ayahuasca ese día, con unos turistas, un grupo de estudiantes de la UTE y el shamán. El shamán era buenaso y sabía mucho, la mezcla estaba excelente; era un hombre muy interesante, aunque a ratos me pareció muy occidentalizado y vulgar para mi gusto. Cuando yo estaba en el trance, le pedía que hablara en lengua ancestral, pero no me paraba bola.
Bueno, la cosa es que me fue súper bien. En verdad, me sentí demasiado conectada con la Pachamama, en total sintonía y armonía. Pasé un tiempaso largo y me sentí sin ningún condicionamiento en ese lapso.
Claro que nada podía salir completamente bien, y aquí corto rápido porque ya me tengo que ir. En el bus de regreso venía con el shamán cuando nos paró la policía. Cuando el shamán me explicó, deprimido y resignado, que estaba jodido, que los chapas no entenderían lo que la marihuana significaba en su cultura, me vi obligada a intervenir. No podía permitir que, a un ser tan valioso, se lo sometiera a una vejación producto del racismo, el etnocentrismo, la occidentalización y la incomprensión. Me cogí yo el bloque que tenía en la mochila y me lo puse en la mía, para ponerlo a salvo de la policía.
Bueno, eso fue lo que pasó. Ahora estoy detenida aquí en un cuartel cerca de Tena. Pero claro, como a mí no me tratan con la prepotencia que tratan a los pueblos ancestrales, sé que esto se va a arreglar. Mientras, al menos estoy con cuarto solitario y me dejan usar la compu una hora al día. Mi familia está arreglando las cosas al momento y cuando salga podré contar mi experiencia mejor. Y el shamán estará conmigo para darme más argumentos y razones. Bueno compas, cuídense.